Por Elisa Montesinos / TVN.cl / 3 de noviembre de 2001
La Esquina es Mi Corazón, ese primer libro preferido por el autor, se reedita esta noche por Seix Barral chilena. Los jóvenes hacen cola para entrar. Como es su estilo, la presentación es una performance en la que el público también participa
El lector recuerda el Todos Somos Marcos, uno de los lemas extendidos por los zapatistas. Se parece a esta noche de humo en que todos ardemos en la Divine.
«No me hable del proletariado/ Porque ser pobre y maricón es peor», dice Pedro Lemebel en su manifiesto. Ahora obliga al público a ser uno más. Uno de los 19 homosexuales que murieron ese 4 de septiembre de 1993 en el extraño incendio de la discotheque Divine en Valparaíso. Caso aún sin resolver y emblemático para el movimiento homosexual chileno. Síntoma de la discriminación, de la que esta noche todos somos víctimas
Lemebel, ese otrora invitado non grato en las ferias del libro del Parque Forestal que irrumpía con su amigo Pancho Casas travestido en vieja de Cema Chile repartiendo condones, o haciendo un cara pálida a Nicanor Parra, ahora es la reina indiscutida.
La presentación corre por cuenta de Darío Oses. «Aquí están las dos Américas, las dos antípodas», dice por Monsiváis y Lemebel. El primero escribe sobre la cultura popular. El segundo se instala desde dentro y su discurso recoge todo lo que la alta cultura rechaza: el dramatismo, la exageración barroca, los términos del habla de la esquina.
Oses presenta a Monsiváis como un «cronista lúcido que ha contribuido a despejar el caos de la modernidad en América Latina». El mexicano hace gala del sentido del humor tan propio de su país. «Al amparo de las sombras me parece que son el público más maravilloso que he visto».
Luego explica las causas que le impiden presentar al escritor chileno, y más bien cree que debería ser al revés. «Pedro Lemebel tendría que presentarme a mí. No soy chileno y no viví el maravilloso clima de tolerancia». El humor se vuelve más intrincado, provocando las risas del público.
«No viví el Chile de la democracia pospuesta, porque me dijeron que no hablara del Chile de la dictadura. No sé analizar la prosa que sin ser estrictamente poética sigue un intenso vuelo lírico y logra en la crónica dar un espacio inmenso al lenguaje; son crónicas desde el idioma y hacia el idioma. No he estado nunca en un antro como la discoteca de Valparaíso. Me niego a comentar más porque nunca me gusta hablar de mi antípoda».
Aplausos. Se apagan las luces.
La música y las luces nunca se apagaron. Lemebel camina por el centro de un Salón de las Artes repleto. A estas alturas convertido en una discotheque. Maquillado, todo de negro, fuma. Llega hasta el escenario, las luces giran imprimiendo su reflejo luminoso en el público.
Con su entonación característica, lee la popular crónica Las Luces y la Música Nunca se Apagaron, al ritmo de la Grace Jones. Estamos allí, en la Divine, somos uno más en esa noche promiscua y ardiente.
El humo sube mientras continúa leyendo. Nos estamos quemando, hasta olemos la carne chamuscada, hasta nos falta el aire. El fuego en el corazón, dice Lemebel. El humor mordaz capaz de sonreírle a la muerte. La pantalla refleja la sombra del escritor, las llamas, las luces que siguen girando. La angustia de querer escapar y no poder en este recinto cerrado que nos ahoga.
Monsiváis, en primera fila, observa fascinado el espectáculo. El texto se inscribe en el recinto, se proyecta en el público, rebasa las páginas de un libro, porque es también una cadencia, una entonación de voz, una puesta en escena, la exageración barroca de ciertos gestos.
Un homenaje a las víctimas de la discriminación y la homofobia contra la cual se rebelan sus escritos, pero también contra el orden social imperante. La sala se va a venir debajo de tanto aplauso. «Les agradezco su cariño y también agradezco a Carlos Monsiváis su prólogo y haber venido a nuestro país en esta demos gracias», dice Lemebel. Le da un beso al mexicano y se retira convertido en la estrella de la feria.
¿Querían espectáculo?, Ahí lo tienen. Parece querer decir. Sin perder ni un ápice de su coherencia escritural, porque sus textos son una puesta en escena, de alguna forma travestidos, de alguna forma inscritos en el cuerpo y sus movimientos. Es la cultura popular, no un estudio de ella. Por eso interesa tanto a intelectuales como Carlos Monsiváis, quien en el prólogo a esta nueva edición lo inscribe en la crónica latinoamericana poniéndolo a la altura de un Reinaldo Arenas
Y no importa que pueda ser pesado, que haya que esperarlo horas mientras todos quieren saludarlo o hacen fila para pedirle un autógrafo. No importa que a muchos escritores les de pica. El lector se encuentra a una en los pasillos con los ojos vidriosos de rabia pelando como mala de la cabeza. Ya no lo para nadie.
Nota: las fotos para este artículo fueron facilitadas por Alvaro Hoppe.