Por Jennyfer Medrano
Por las noches ella se siente realmente sola. No hay nadie en el departamento, en la televisión ya terminó la transmisión, en la radio no hay nada que le guste solo tienen música de fiesta; ya se leyó todos sus libros y aún no le han pagado lo que le ha impedido comprar más.
Sentada en el living, sola. Son la 1:30 de la mañana, es viernes. Sus amigos… sus amigos van a fiestas, a Pub, ella no. Le molesta la bulla, el gentío la ahoga.
Decide ir a acostarse, se saca sus pantalones negros, su polera de tirantes también negra, su brazalete del brazo izquierdo, su anillo y se acuesta. Cierra los ojos peor no puede dormir, hace un calor horrible, está cerca de quince minutos ahí como muerta, ya no da más, se da vuelta para abrazar algo y lo único que hay es su almohada. Se levanta y comienza un largo transito por la casa, recuerda que en el refrigerador hay cervezas y va a buscar una. Retoma nuevamente el tour como si ese no fuera su hogar, casi como si fuera un museo, mira los cuadros… en especial uno con unos colores muy suaves, en él hay un pájaro blanco que te puede decir muchas cosas, casi como si te pidiera compañía. En una de las murallas un ramo de rosas colgando hacia abajo, secas, ella las mira se identifica con la soledad de aquel ramo, así se siente en ese momento.
En la tarde había recibido una visita, una joven que conoció hace como medio año a la que le hizo clases en la Universidad, pues ella es bailarina.
Sabe que la joven que la fue a ver la ama, sí, ella lo sabe, también sabe que está sola y que esa niña la hace sentir viva, que por eso se pone tan nerviosa, por eso se quedó muda un buen rato cuando estuvieron juntas, por eso estaba tan inquieta con esa visita. Se movía por todas partes se sentó en la meza de centro, luego a la cocina… ¿Quieres algo?… al sofá del frente, finalmente encontró un lugar: el computador, ahí se quedó mientras la niña estaba en el sofá.
Revisando su casa recuerda cada instante, cada movimiento de esa tarde, cada palabra de aquella conversación. Toma un sorbo de la cerveza que tiene en la mano, mira su casa vacía, se da cuenta de cómo anhela que la proximidad de su cuerpo con el de aquella visita sea nula.
Nuevamente hace el recorrido por su casa, ya son más de las dos.
Se sienta en el sofá rojo, mira el teléfono, lo toma, llama a esa niña que la atrapó y sabe que la hará feliz, que quiere estar con ella. El teléfono está marcando… sabe que esa simple llamada la hará vivir nuevamente… sigue marcando… “Hola”… una voz media dormida, no sabe que decir… unos segundos después responde… “Hola, ¿cómo estás?”