Por María Paz Cuevas / La Nación Domingo / 08-03-2009
El protagonista de la teleserie de TVN es, por un lado, un conductor de noticias exitoso que esconde una doble vida gay. Pero por otro es un actor que arranca de la sobreexposición de la pantalla, compra flores para su departamento y duerme con un vaso de agua al lado de la cama. Este es el exitoso, pero más reservado, señor Fernández.
A los 25 años se le llenó la cabeza de canas. Canas albas, según él herencia de los hombres de su familia y señales de su neura. Canas que, al poco tiempo, los equipos de las teleseries de TVN se encargaron de desaparecer aplicándole tintura. Pero el actor Ricardo Fernández (30) protestó. Cada vez que le pintaron sus pelos blancos, protestó. Teñirse no era algo que le gustara. Pero ahora, cinco años después, Ricardo Fernández ya no protesta. Sus canas naturales están intactas, poblándole de blanco la mayor parte de la cabeza. Se las dejaron en el trabajo porque le quedaban bien al señor Martín Pells, su personaje el protagónico en la nueva teleserie de TVN, «Los exitosos Pells».
Ahí, Fernández interpreta a un conductor de noticias que entrega las informaciones junto a su esposa, Sol Costa (Luz Valdivieso), pero que detrás de las cámaras tiene una doble vida y una pareja gay (Sebastián Layseca). También a un reemplazante, idéntico a Pells, que lo sustituye mientras el verdadero está sumido en un coma profundo. Es decir, harto ajetreo para Fernández, quien sale del set de grabación cansado, con un jockey con un gallo estampada en el frente y varios libretos bajo el brazo que debe aprender para el día siguiente. Así es el ritmo de una teleserie. Aunque esto se puso frenético de frentón cuando a comienzos de esta semana Canal 13 lanzó su teleserie sorpresivamente y por adelantado. Ahí, el equipo de TVN acusó recibo y al día siguiente, mucho antes de lo que tenían planeado, sacaron su producto al aire. ¿Querían competencia? Ahí la tienen: «Los exitosos Pells» van liderando en el rating de la tarde. Aunque eso implique que los actores hayan acelerado la velocidad de sus grabaciones y Fernández, por estos días, ande agotado, transformado en un Pells de lunes a sábado en horario completo.
Canal 13 lanzó su teleserie de sorpresa. ¿Qué pasa en el elenco cuando algo así ocurre?
En toda la parte administrativa, los actores poco y nada tenemos que ver. Son materias que tienen que ver con criterios que no manejamos. Eso sí, esto provocó que tuviéramos que trabajar el doble, porque la respuesta del canal fue tirar nuestra teleserie al día siguiente. Tuvimos que empezar a grabar más.
Martín Pells es famoso y farandulero, pero a ti no te gusta mucho la exposición, ¿eres tímido?
Trato de no participar de ciertos aspectos de la televisión que no me gustan, como la sobreexposición. No me gusta tener vitrina por cosas que no son relativas al trabajo.
¿Qué te pasa entonces cuando te reconocen en la calle? ¿Tratas de pasar camuflado?
Siempre he dicho una cosa: un actor está más cercano a un funcionario público que a una estrella. Estoy lejos de ser una personalidad. Para ser estrella hay que tener un talento a la hora de desenvolverse socialmente, y eso a mí me cuesta mucho. En mi trabajo estoy siempre con la talla permanente, pero fuera de los espacios que conozco soy muy tímido.
¿Y qué pasó contigo entonces cuando hicieron el lanzamiento en plena Plaza de Armas?
Fue de un vértigo arrollador. Una multitud es bien intimidante. La gente bajo esa forma está en estado salvaje, tanto en su admiración como en desaprobación.
Pero a ti la gente te quiere.
Es la sensación que tengo, pero la sensación es amenazante.
Siendo así, tímido, te has mantenido en pantalla trabajando y ahora estás en un protagónico. ¿Cuál es la fórmula del éxito del señor Fernández?
Siento que me han resultado las cosas que he querido. Suena categórico, pero nunca me creo el cuento. El éxito no depende de personajes protagónicos, tiene que ver con la continuidad y una consecuencia del trabajo que uno hace. Me gusta trabajar en televisión, pero no me gusta la televisión. No podría ser animador, lo haría pésimo. Para mí ir a un matinal es súper tenso, un desafío. En cambio Martín Pells tiene que ver con el paradigma de la tele, la falsa honestidad y la fachada perfecta. Para mí, sin embargo, el éxito es poder permanecer haciendo lo que uno quiere. Prefiero un brillo tenue y constante, que las flores del día.
El facho interno
En este rol gay, ¿qué pasó con el beso con Sebastián Layseca?
Parece que fue bien polémico. Ahí te das cuenta que uno vive en un país extraordinariamente conservador, reaccionario y absolutamente católico. Un país feroz.
Sé que no tienes rollos con la homosexualidad.
Sí, porque tiene que ver con mi sensibilidad, porque estudié un oficio que me permite pensar y meterme en esas cosas. Pero no me siento un bicho raro por tener esa tolerancia. Cuando la gente habla de tolerancia pareciera que está hablando de soportar cosas distintas. Este país es un enamorado de la homogeneidad: mientras todos seamos bien parecidos, mejor. No es que yo sea un abanderado de la homosexualidad, sólo me parece medieval que en este país todavía existan discusiones como el aborto, los derechos homosexuales, la anticoncepción. Esa huevada es escandalosa para mí, me da una rabia congénita, feroz. Pero uno tiene que convencerse que vive en la provincia señalada de Santiago de Chile y por eso acá la farándula es tan ridícula. Creen que están llegando Brad Pitt y Angelina Jolie cuando en realidad es un rasquerío total que da pena.
Estuviste en colegio de puros hombres y de curas, ¿cómo fue esa experiencia?
Nefasta (risas). Pero tuve la suerte de no cerrarme tanto en esa dinámica de curso en la que el gran evento era juntarse con otro colegio de puras niñas. Afortunadamente tenía amigos que eran de colegios mixtos que me salvaron, aunque tenía amigos en el colegio que por cierto, eran los más raros.
¿Los más pernos?
También. Con el único amigo que me seguí viendo después fue con el superdotado del curso, el disidente mayor, el huevón que cuando esperábamos a la profesora dados vueltas en los bancos, él era el único que no se daba vuelta.
Entonces ¿tú eras un perno en el curso?
No, era un verdadero delincuente. Si no fuera por la copia, todavía estaría en el colegio. Lo que no me gustaba no lo hacía.
¿Y te tocó el compañerito gay?
Sí y a Dios gracias, pudieron manifestar sus pulsiones años después. Yo era de los que los molestaba, pero sufría después. Mi impulso bromista superaba al impulso sensible, contenedor y comprensivo. Lo que pasa es que uno es súper facho también. Lo percibo en mí al acusar al diferente. Con todo lo antisistémico que uno se cree, finalmente uno hereda esas cosas. Lo veo violentamente en el resto de la gente y reconozco al facho que habita en mí también. Creo que es nuestra herencia política.
Hay un machismo que también tiene que ver con el miedo a estas mujeres proactivas que lo hacen todo solas. ¿Te pasa eso a ti?
Es que son estructuras tan poderosas que el varón no entiende la emancipación de la mujer. Yo la entiendo en términos intelectuales, pero me cuesta en la práctica. Aunque no sé si este país sea muy machista porque finalmente los hombres de este país están tremendamente dominados por las mujeres. Ojalá yo hubiera sido un huevón que hubiera sido capaz de prescindir, un huevón emocionalmente independiente. Siempre he estado cagado por las mujeres.
Tú has dicho que las mujeres te aterran. ¿Qué tenemos de aterradoras?
Que son impredecibles, realmente son una entidad que uno no puede dominar. No sé lo que les pasa, no sé lo que sienten, no las puedo adivinar.
¿A un hombre sí?
Un hombre es mucho más obvio, más niño y hueva. Uno aletea para demostrar cosas, estás llamando la atención permanentemente. Las mujeres también, pero de otras maneras.
No nos adivinas, pero tampoco eres machista. ¿Eres machista encubierto?
No. Yo soy un machista sofisticado (risas).
La señora Fernández
¿Sigues comprando flores para tu casa?
Ahora no tengo ninguna porque perdí la vida con esta teleserie. Pero las últimas que compré fueron unas margaritas. Me gustan las margaritas, las fresias y las azucenas.
¿Sabes de flores?
Mucho. El homosexual que habita en mí es gigantesco (risas). Es que me gustan las flores. Son unas de las pocas cosas lindas que tiene la vida, pero es un espacio que está vetado al masculino. Afortunadamente, gracias a la licenciosa ecuación que tuve en ciertos aspectos, me pude enterar de esas cosas.
Más que el gay que habita en ti, es como una dueña de casa interna, creo yo.
Sí. Soy una dueña de casa, una señora.
¿Cómo es la señora Fernández?
Bueno, la señora Fernández cocina, lava, ordena la casa, hace de todo. Soy un gallo tremendamente atípico para el masculino, es la herencia que me dejó mi mamá. En mi casa nunca tuvimos nana y yo pasaba la mayor parte del tiempo con mi mamá, quien, a su vez, estaba la mayor parte del tiempo en la cocina. Por eso estaba muy enterado de esas cosas. También de las herramientas de mi papá y por eso soy un maestro chasquilla polifuncional. Finalmente provengo de una familia de clase media donde el dueño de casa no podía delegar. Son todas herencias del Chile fiscal.
¿Es verdad que siempre comes sentado a la mesa?
Siempre. No puedo entender esa huevada de que la gente coma en la cama, ese es el otro histérico que habita en mí.
¿Y qué otras mañas tienes?
Miles, como tener siempre un vaso de agua en el velador, me tome el agua o no.
Ante el más absoluto caos doméstico, ¿qué te pasaría?
Me muero. El caos me desespera, el orden me calma. Si está todo sucio, me muero. Soy de los que ordena después de una fiesta antes de acostarme.
¿Esas mañas son las que te hacen no soportarte?
Me he ido encariñando conmigo, pero me cuesta mucho estar, disfrutar. Disfruto pocas cosas.
Pero ¿qué te impide disfrutar?
Son pruritos existenciales con los que me cuesta pasarlo bien. Me cuesta creer me merezco las cosas. Es pura culpa de mierda de colegios católicos y también tiene que ver con esa herencia de la clase media que te hace creer que uno no se merece las cosas, que tienes que postergarse, guardar.
Eres un viejo chico.
Sí, pero gozo con cosas, comiendo, bebiendo vinos.
¿Qué es lo más adolescente que haces?
En las relaciones soy súper adolescente: necesito soluciones, respuestas rápidas, atención permanente. Mi niño interno también es grande.
Pero ¿hay cosas que te gusten de ti? ¿Cosas con las que te sientas conforme al final del día?
Sí, que siempre me estoy invitando a pensar. La señora Fernández también me gusta, aunque me quita tiempo. Y que en realidad no trato de imponerme cosas, sino que hago lo que quiero. Eso es lo que uno debe hacer: lo que quiere. Cuando logras juntar esas dos cosas querer y deber ese querer es mucho más ético.