Por Rafael Cavada / 15-03-2009 / La Nación
¿Y si usted fuera homosexual? ¿Admitiría sin más que le conculcaran todos sus derechos como padre? OK, usted no es homosexual, por lo tanto no quiere o no puede contestar esa pregunta. Cambiémosla. Si mañana ser futbolero, fumador, político, cantante, animador de programas de televisión, fanático de las rancheras o experto en medicina naturista, fuese condenado por la Santa Iglesia y por la sociedad o suciedad en que vivimos, ¿usted se sentiría menos capacitado para ser padre? OK, una última concesión, partamos de la base de que todas las categorías antes mencionadas son voluntarias. Ahora aceptemos que la homosexualidad no es una opción sino una condición. Si usted fuera disléxico, cojo, estrábico, la faltara un ojo, hubiese padecido polio, o si tuviese seis dedos, ¿aguantaría que le quitaran su derecho a ser padre? Si su respuesta fue afirmativa, entonces merecería que se lo quiten, pero no en alguno de esos casos, sino ahora mismo, por mal nacido.
Puedo concordar en una cosa con quienes critican que se entregue la tuición de los hijos a un padre homosexual. Creo que quien oculta durante diecisiete años su orientación sexual y de un día para otro la asume así no más, sufre un quiebre emocional y un trauma sicológico de aquellos. También creo que ese trauma alcanzará de una manera u otra a sus hijos y a su pareja heterosexual. Pero nada de eso basta para pasar por arriba de la decisión del padre, la madre y los hijos.
Cuando los conservadores, que enarbolan permanentemente el derecho a defender lo que ocurre de la puerta de su casa para adentro, salen con mesianismos de esta naturaleza, lo único que revelan es su inclinación a regir la vida del resto. Y eso, pasando por alto toda la evidencia científica.
Porque hasta ahora, todas las investigaciones al respecto dicen que una pareja de padres homosexuales no tiene nada que envidiarle a una pareja heterosexual. ¿A qué tememos cuando rechazamos la posibilidad de que una pareja homosexual adopte o críe hijos? Tememos al hipotético abuso sexual por parte de los padres, tememos -admítalo de una buena vez- a que el hijo sea homosexual o como decimos en las charlas de oficina, maricón o tortillera, y en tercer y último lugar, tememos a la presión social que se ejercerá sobre los hijos de dicha pareja, en forma de burla o crueldad infantil y adolescente.
Pues bien. Para que lo vayáis sabiendo. Toda la investigación científica que se ha hecho al respecto muestra que lo del probable homosexualismo de los hijos es pura patraña. Los niños criados por parejas homosexuales muestran el mismo porcentaje de opción sexual que los hijos de padres heterosexuales. O sea, surgen tantos homosexuales de parejas homo como de parejas hétero. Sobre el punto de los abusos, no olvidemos que los abusadores sexuales suelen ser heterosexuales. Pervertidos, sí. Homosexuales, no.
En rigor y a la luz de lo que hemos conocido en los últimos años, ¿quién es más peligroso, el cura o el gay? Y en cuanto al último punto, el de las burlas de los otros niños, ¿qué culpa de eso tienen los padres homosexuales o sus hijos? Los niños se van a burlar de todo lo que puedan. Del gordo, el orejón, el cuatro ojos, la de dientes grandes y el chico. Lo sé yo y lo debería saber usted. A mí me webiaron hasta el cansancio. Pero eso sólo habla de los padres de esos hijos, los que se burlan, los victimarios. Nunca de las víctimas. Eso equivale a multar a los que dejan al auto fuera de su casa porque eso tienta a los ladrones. O en buen chileno- a vender el sillón de don Otto, para evitar que la hija del germano dueño de casa se enfrasque en osados escarceos amorosos con su pololo.
Lo bueno de todo esto es cómo se empiezan a caer los dogmas. El primero y más machista de todos, ese de que la madre tiene mejor derecho sobre la tuición de los hijos que el padre. Ese dogma que en Chile conoce todo padre que haya ido a pelear la tuición de su hijo y ha salido sintiéndose humillado, abofeteado y burlado por la ley. Esa ley que se olvida del principio de igualdad y los trata como a seres de cuarta categoría, debido a un argumento sexista e hipócrita, sobre el cual no he escuchado ningún reparo en los discursos presidenciales y oficialistas que empiezan con el consabido «chilenos y chilenas».
Y el otro dogma, que viene a continuación, es que en caso de ser gay se pierden todos los derechos. En argumentos tales como el del cardenal Medina, que sostiene que un homosexual no tiene una escala valórica adecuada para educar hijos, porque trasgrede las normas de su hipotético Dios. Y para finalizar, ese otro dogma, más general y extendido, ese que tiende a excluir, mancillar, estigmatizar y relegar a los otros, por que son diferentes a nosotros. Algo así como nazismo, aunque no queramos asumirlo.