Por Galhia – [email protected]

Conocí a Mariana en el trabajo. La vi por casualidad una vez que iba al baño

Como todos los veranos fui a trabajar a Almacenes Paris después de que terminara con mi año académico. Desde que entre a la universidad era algo que hacia todos los veranos, no porque me gustara, pero el dinero era algo que desde que estudiaba siempre me faltaba. Este año no fue la excepción pues tenia deudas que pagar. Esta tienda departamental en concreto es algo que conozco bien, y dentro de todo lo que me podría gustar el trabajo de tienda, esta me agradaba porque no estaba en un mall, los cuales detestaba.

Yo trabajaba en el quinto piso de la tienda, en la sección de deportes, accesorios y ropa juvenil para hombres, por lo que mi clientela, estaba compuesta principalmente de adolescentes, adultos jóvenes con sus novias o las novias solas en busca de regalos para los adultos jóvenes y una que otra bollera.

Podía trabajar en jeans, lo que me hacia la vida mas fácil, pero el color de la polera del uniforme era algo por lo que me molestaban mis amigos. Acostumbraba vestir siempre de negro, en un estilo medio dark, así que no me era fácil llevar una polera color cielo sin que mis amigos me hicieran bromas. Además debía quitarme casi todos los accesorios, como los piercing, los lentes de contactos, que eran blancos, mis muñequeras de cuero o mis collares y debía usar zapatillas en lugar de mis botas de cuero con hebillas. Como no encontré un punto medio, simplemente opte por sacarme todo en mis horas de trabajo hasta cuando pudiera cambiarme de ropa y volver a ser yo.

Se podía decir que el ambiente en mi piso era bastante bueno. Tenia compañeros agradables y una jefa que era un diez, de esos especimenes raros de jefes a los cuales no los ha vuelto prepotentes el poder, sino que son responsables y agradables, entienden que sus cargos son posiciones con más responsabilidades que cumplen bien y no oportunidades para pisotear a la gente.

No era un buen tiempo para mí, pero las circunstancias no podían ser mejores. Había terminado con mi novia unos días atrás, bueno, más bien ella me había dejado a mí. Cosa que se había repetido demasiado en mi vida y eso comenzó a disgustarme mucho. Soy por definición un quijote, una enamorada de la vida y del amor y me había jurado a mi misma que eso no pasaría más. Ella dijo que a mi lado aprendería a soñar nuevamente, yo después de ella, descubrí que podía hacer contacto con la frialdad que antaño me caracterizo, esa que pensé que no volvería a esgrimir en contra de nadie otra vez, pero que me ponía a salvo de todo, simplemente estaba cansada y no quería sufrir más.

— Feña, voy de una carrera al seis.
— ¿Otra vez? – me miraba aguantando la risa.
— Si, es que me pase con el agua, vuelvo en cinco minutos.
— Ok.

Salí corriendo escaleras arriba. De verdad se me pasaba la mano con el agua, pero en Santiago me deshidrataba mucho, acostumbrada ya al clima del sur de Chile.

En el sexto piso había una caja especialmente destinada a la venta de entradas de los eventos que promocionaba la tienda. Los conciertos de moda que llegaban a la ciudad, las presentaciones de circos prestigiosos, las temporadas de teatro y ballet, la verdad es que la tienda estaba en todo. Ella estaba a cargo ese día de esa caja en particular y cuando pase a su lado – la caja quedaba de camino del baño de chicas del piso – no pude evitar mirarla. Era una chica bellísima y yo estaba segura que era nueva, pues conocía a todas las chicas lindas de la tienda. Mi necesidad se hizo presente de forma que me metí al cuarto de baño ya que mi cuerpo reclamaba atención, no sin antes que ella levantara la mirada y me cogiera mirándola, tenía los ojos más verdes que había visto en mi vida, sin duda era una chica hermosa.

Me quede en el baño más de lo que debía, intentando recuperar la calma y pensar que diría si me preguntaba por qué la miraba tanto. Al salir me le acerque y la salude como si tal cosa. No sé por qué quería conocerla, bueno si sabia el por qué, pero no lo admití en ese preciso momento.

— ¬No sabia que dejaran oír música en el trabajo, menos una tan buena.
— Es que es la banda que viene a la ciudad la próxima semana. ¿Los conoces?
— Claro que si, tengo toda la discográfica de placebo.
— ¿En serio? – Se le ilumino la cara – ¿Y no la prestas?
— ¿Te gustan? – Asintió con la cabeza – pero si ni siquiera nos conocemos…
— Me llamo Mariana – me extendió la mano – soy cajera nueva y ¿tú eres…?
— Catalina, soy vendedora en el quinto y trabajo aquí todos los veranos para juntar plata para la U – me la quede mirando – ¿cuántos años tienes?
— ¿Por qué?
— Tienes cara de niña – le dije y no pude evitar reír, de verdad se veía bastante joven.
— Ni tan niña fíjate, tengo 22…
— Todo un adulto…
— Y tú ¿Cuántos años tienes?, no te ves mucho mayor que yo.
— Tengo 28, así que si, son unos seis más que tú.
— No se te notan para nada.
—Es que me baño en sangre – le dije mientras le guiñaba un ojo. Iba a decirle algo más y escuche una pequeña tosecita detrás de mí y la voz del otro jefe del quinto piso, siempre son dos por piso, pero no era él mi jefe directo.
— ¿Interrumpo? – Me estaba mirando con cara intencionada – Cata, ¿no deberías estas trabajando?
—Don Rodrigo, solo vine al baño y pase a saludar, después nos vemos Mariana, ahí vemos lo de los discos.
—Ok, pero no te olvides, ¿estas siempre en el quinto?
— Si.
— Te paso a ver a mi breake entonces, jefe no la rete, yo la entretuve…
— No te preocupes – se volvió hacia mi – Vamos Cata, volvamos juntos.

Estábamos bajando la escalera y ya no contuvo la risa.

— ¿Te pille en algo?
— No sé a lo qué se refiere – ni yo me convencí de mi tono.
— Sabes que si… es una chica guapa no me había fijado en ella, ¿es nueva?
— Si.
— Y tan rápido…
—No sé qué es lo que esta pensando Don Rodrigo, solo hablábamos de música – no lo deje terminar, me simpatizaba, pero no nos teníamos mucha confianza la verdad – si eso es descubrir a alguien en algo, pues si, pero no crea que por mi orientación sexual soy un chico que no controla sus hormonas, soy lesbiana y para eso se necesita ser mujer y como sabe las mujeres no son, ni se comportan como hombres, por lo menos no yo.
— Lo s-siento – estaba incomodo y lo disfrute – solo bromeaba.
— Esta bien jefe, solo quería dejar algunas cosas en claro.

Me fui a mi piso como si nada y lo deje plantado, la verdad es que si, me había pillado coqueteando con la chica, pero no es algo que le iba a reconocer así de fácil. Rodrigo Moraga gustaba de gastarme bromas a propósito de mi homosexualidad, no eran bromas pesadas, pero no podía llegar ninguna de mis amigas a visitarme sin que me hiciera algún comentario y ya era hora de poner algunos puntos sobres las ies, porque la verdad era un tipo atractivo, pero no lo iba a dejar meterse conmigo todo el verano solo porque no caí rendida por sus encantos.

— Oye te tardaste… ¿Qué paso, por qué esa cara Cata?
— Nada Feña, es solo que Don Rodrigo me pillo hablando con la cajera nueva y ya sabes las bromitas que me hace.
— ¿Qué cajera nueva?

Ahí no pude evitar sonreír a mi amigo de una forma que él conocía tan bien. Después de todo Fernando también era homosexual y nos habíamos hechos buenos amigos a lo largo del verano anterior, me conocía y por sobre todo, jamás me juzgaba.

— Es que hay una cajera nueva arriba en la venta de entradas y esta guapísima
— ¿Y qué crees? ¿Es de las nuestras? – se animo visiblemente y ya parecíamos dos colegiales.
— Pues aún no lo sé, solo alcanzamos ha hablar un poco de música, va a venir a verme a la hora de su breake y ahí me dices qué crees tu, la verdad es que no quiero complicaciones, pero tengo que encontrar algo más agradable que el recuerdo de Pamela para pasar el verano, ¿no te parece?
— Oye Cata y ¿Cómo es la chica?
—Mmmm… bueno debe ser unos cuatro centímetros mas baja que yo, de estatura media, de figura delgada y tiene unos ojos verdes preciosos – notaba lo animado de mi voz a medida que hablaba – es de tez muy clara y su pelo es de un rubio rojizo extraño, si te digo Feña… ¿Qué pasa, por qué esa cara?
— Porque tu chica guapísima viene para acá – entre en pánico – tranquila no te voltees y deja que llegue…
— Hola… ¿Cómo dijiste que te llamas?
— Catalina – el corazón me latía a furia, es que realmente esa chica me gusto de inmediato y además se me noto, no pude evitar ponerme roja.
— Y… ¿estas muy ocupada? – dijo mirando a Fernando.
— Bueno… ahora tenía…
— Tranquila Cata, tu atiende a tu amiga, ya me encargo yo, nos vemos después – se despidió mi amigo y nos dejo a solas en mi caja, que por fortuna de todos los Dioses no estaba en un pasillo principal así que podíamos conversar tranquilas.
— Y estábamos llegando a canje de música… – parecía que no iba a dejar el tema. Me cruce de brazos y la mire divertida.
— ¿Así? No recuerdo que hayamos llegado a un trato, ¿Yo qué gano a cambio? – le sonreí coqueta.
— ¿Qué tipo de música escuchas tú?
— Ha… un poco de todo, veamos que tienes para ofrecerme…
— ¿Estamos hablando de música no es así? – casi me morí cuando dijo eso, no sé con qué cara la estaba mirando y con qué cara la mire después de ese comentario, su actitud era relajada, pero atenta.
— Pues si, ¿de que sino?
— A no sé yo, pensé que tal vez de algo más interesante – de pronto pareció turbada.
— ¿Y qué es más interesante según tu?
— Dime una cosa antes, ¿Es idea mía o yo te he visto alguna vez en Bunker?

Supongo que mi sonrisa lo dijo todo, porque el brillo de sus ojos así lo confirmo, dejándome claro que se hacia entre ambas un nuevo entendimiento.

— Pues si Mariana, entonces ¿Qué seria más interesante según tu?
— Digamos que no me gusta quedarme en casa los sábados, no te vi anillo en la mano y además alcance a escuchar parte de la conversación que tuviste con Don Rodrigo.

Por un momento simplemente nos miramos y disfrute de la intensa energía que podía sentir entre las dos.

— ¿Ya almorzaste? – Negó con la cabeza – ¿Quieres almorzar conmigo?
— Claro, ¿A qué hora sales tú?
— Pues, yo puedo salir a mi antojo, ventajas de trabajar cada verano aquí supongo.
— ¿Te parece bien a las tres? – Asentí – Pues bien, paso por ti.

Se acerco y me dio un beso suave en la mejilla, muy cerca de la boca, para escándalo de algunos clientes y algunos de mis compañeros, como también la sonrisa de otros por mi descaro, no había notado que bastante gente estaba pendiente de nuestra conversación. Mariana se dio media vuelta y se fue. Fernando se me acerco de inmediato.

— ¿Planes?
— Si, pero almorzaras solo hoy. Me voy a comer con Mariana.
— Mmmm, no das puntada sin hilo tú, ¿Y dónde seria la comida?
— Ah no lo sé, veamos que planes tiene la chica.

Para las tres ya había averiguado lo principal, como que había venido trasferida de otra tienda de la empresa debido a su talante liberal, que tenía una hija pequeña y que vivía en el centro.

A las tres en punto paso por mí a mi piso y nos fuimos conversando de muchas cosas lentamente por las escaleras, pues los elevadores se reservaban solo para los clientes en esta época del año por la mucha afluencia de público que teníamos, una de las cosas de ser la tienda principal de la cadena.

— ¿Y dónde te gustaría ir a almorzar? Por aquí hay varios buenos lugares – Pregunte, pues no quería dar nada por supuesto, ni presionar a nada tampoco.
— Bueno la verdad es que vivo a unas calles de aquí, ¿Te gustaría venir a mi casa por un almuerzo casero?
— Vamos, seguro es mejor que mis ensaladas.
— ¿Te estas cuidando? No parece que necesitaras cuidar la línea – me dijo mientras me miraba descaradamente de pies a cabeza.
— La verdad es que tengo ulcera y no muchas cosas me hacen bien, así que si, me cuido.

Llegamos a un bonito departamento de un solo dormitorio en Alonso Ovalle con Serrano, con cocina americana y una pequeña sala, para ir al baño había que entrar al cuarto donde estaba su cama y una cuna.

— ¿Tienes hijos? – pregunte a sabiendas.
— Mi hija Florencia, tiene un año, ¿Te molesta?
— No, vive y deja vivir, ese es uno de mis dichos.

Se me acerco mientras hablábamos y me puso las manos en las caderas.

— ¿Así, y qué otros dichos tienes?
— Muchos, pero si nos conocemos más, seguro que los averiguas todos.
— Así que tú no juegas a los misterios, ¿Quién diría?
— ¿Y eso por qué lo dices? – no sabia exactamente a qué jugaba esta chica y a dónde quería ir a parar y esa idea jamás me ha gustado mucho.
— Bueno, no se sabe mucho en la tienda de ti, para haber trabajado ahí hace cuatro años, se dice que eres lesbiana, que te haz enfrentado a varios jefes saliendo bien librada, que estas en una Universidad en el sur… no más que eso.
— Trato de mantener mi vida privada en privado – mis manos ya hacían círculos flojos por su espalda y sus manos correspondían mis atenciones en mis caderas.
— ¿Miedo a la discriminación?
— No la verdad, es solo que no me he topado quien sea capaz de vivir a mi ritmo.
— ¿Y cuál es tu ritmo? – y me beso. Ligero como una pluma, y luego otra vez como un contacto sólido, profundo y poderoso, durando lo suficiente como para que mi alma reconociera algo en lo más profundo de mí misma.
— Este, además del hecho de que no he encontrado quien no se complique por vivir su sexualidad sin esconderla.
— Vamos al cuarto…. – Tiro de mi mano incitadora.
— Sí… vamos. – Seguí sus pasos, pues no quería nada más que eso exactamente.

Me sentía poderosa. Sabía que yo le gustaba, por la forma en que me miraba. Dejé que sintiera mi cuerpo. Escuchaba su respiración, ya no había secretos, ni juegos, sabíamos que nos gustábamos, ya no quería más espera. Mi mano, abierta, de su cintura, paso a su espalda despacio, asegurándome de rasguñar muy suavemente su piel. Cerré los ojos, no quise saber más, no quise pensar más… lo deseaba. Cualquier otro pensamiento era una mentira, y aunque mintiera a los demás, trataba de no mentirme a mí misma.

De su cuello viaje a besos a su barbilla, mis dedos recorrían la piel de sus hombros y sus senos, llegué a la hendidura de su pecho y terminé de abrir su blusa que se deslizo suave por su piel y la dejé caer.

Con el dedo índice recorrí la parte trasera de sus pantorrillas, dejando sentir mis uñas cortas sobre su piel. Al llegar a la parte trasera de sus rodillas, extendí las manos y seguí mi recorrido hacía la piel de sus muslos hasta llegar al cierre de su falda y hacerlo desaparecer junto con sus medias. Ya mis manos subían y bajaban, deseando sentirlo todo. Extendí las manos, mi ropa cayo y rozó su cuerpo con el mío, todo el camino que nos llevó hacia el cuarto no dejábamos de tocarnos, de acariciarnos, de sentir los cuerpos, de alimentar las ganas de tenernos más y más. Las pieles eran suaves y sentíamos la eternidad en los segundos. Besé su nariz muy suavemente, de ahí, viajé a sus labios, a su barbilla, a su cuello, a sus hombros, a sus senos, atrapando uno de ellos en mi boca, dejando que mi lengua jugara con su pezón. Besé la piel debajo de sus senos, mordí la que cubría sus costillas y dibujé una línea de besos en su cintura tal cual cascada, besé su ombligo y mis dedos jugaron en su vientre. Mis besos cayeron sobre sus caderas.

Nos tendimos en la cama de costado, una frente a la otra, mirándonos a los ojos, mis manos recorrían su cuerpo desnudo con suavidad, mientras la besaba en los labios. Mis labios no encontraron nada excepto suavidad y calidez, cubierta de una dulzura que sentí como néctar en la lengua. Abrí los ojos para observar su cara mientras continuaba acariciándola. Sus ojos se habían cerrado, su respiración surgía entrecortada, interrumpida por susurros: mi nombre. Pero entonces el beso se hizo más profundo, empujándome dentro de un torbellino de deseo. Me perdí en la tibieza que desprendía su cuerpo y en su aroma inconfundible, me sentí perdida entre sus labios, temblaba al tocar su espalda, suspiraba al besar su piel.

Mis dedos viajaron a su entrepierna buscando en lo profundo de las puertas de su cuerpo, sin entrar en él. Mi boca buscó la suya y abrió sus labios con los míos, su cadera comenzó a moverse, al ritmo de los besos y estos, cada vez se tornaron más intensos.

Cargue todo mi peso sobre su sexo, dejando ambas zonas totalmente pegadas y comencé a moverme en círculos sobre ella, que respondió como si fuéramos viejas amantes, con cada presión mía hacia abajo ella respondía elevando las caderas aumentando la presión y el ritmo, volviendo esta locura en un placer cómplice y vertiginoso, sentía el cuerpo arder por dentro y un calor descomunal en la espalda, sus respiros y los míos creaban sensuales melodías y la cadencia de sus caderas enloquecían mi ser. Hubiera podido explotar al sentir su sexo inflamado rozando el mío, arqueaba la espalda y se me secaban los labios, me sentía afiebrada, con fuego en el estómago, había pasado el límite del orgasmo y había logrado alcanzar ese estado del que no se sale, porque ya todo en nosotras era ritmo y concentración ante lo incontrolable. Nada se comparo a la fragancia mezclada de la excitación de ambas, las sedosas texturas, los dulces sabores.

Cerré los ojos y mi mente se eclipso con la belleza de su rostro atravesado en oleadas por mis caricias, mis ansias de recorrerla y regodearme con la mas absoluta suavidad de su ser, con la calida humedad de su cuerpo en mi boca, que fue mi rendición ante su naturaleza femenina y entregada. Y entonces, me deje ir, mis gemidos siguieron los suyos y coreamos esta desenfrenada sinfonía a fuerza de besos y caricias, de sus gemidos y los míos.

Nos besamos. Un beso tierno y profundo, los cuerpos aún unidos, sudorosos y agotados. Y sin embargo cuando nos miramos a los ojos, sonreímos cómplices, sabiendo que esto solo era el comienzo.

Tenia que reconocerlo, tal vez sea la actitud, tal vez mi propia desfachatez, pero los Dioses me sonreían.

— Es una lastima que tengamos que volver al trabajo – me dijiste mientras sonreías y me besabas.
— Es cierto, pero ¿Sabes qué? Tengo libre mañana – tu carcajada lleno el cuarto.
— Que coincidencia, mis papas cuidan a Florencia mañana, porque voy a estar enferma – No pude menos que sonreír.
— Cómo me voy a divertir contigo este verano.
— ¿Cuánto tiempo te quedas en la tienda?
— Toda la temporada.
— Tiempo más que suficiente.

Nos besamos otra vez. Después de todo solo era la primera semana de enero, tenias razón, más que suficiente. Y así fue.