Margarita Pisano, Movimiento Rebelde del Afuera
ME PERMITO, ENTRE TANTA FALSEDAD, UNA DIATRIBA; ME PERMITO UN GRITO DE INSOLENCIA, ENTRE TANTA INVASIÓN A LÁGRIMA VIVA.
“El que sabe es el hombre, y aquella sobre la que se sabe es la mujer” (Juan Pablo II).
“Un Papa de la gente, unía por su carisma y sentimientos, activaba el diálogo, tocó los corazones, trabajó por la justicia, amigo de los jóvenes, con un compromiso tremendo por la paz, líder de todo el mundo, peregrino, deportista, activo, valiente, gran carisma, cambió la iglesia, a él se deben las caídas del comunismo y de Pinochet, gran sintonía mundial, doctrinario, defensor a ultranzas de los fundamentos de la iglesia, todo el mundo lo admiraba aunque no fuesen todos católicos, nunca pidió perdón por la iglesia siempre lo hizo a nombre de sus hijos, guía de una verdad revelada, émulo de Jesucristo, notable en su muerte, Juan Pablo El Grande…”
Desde hace más de un mes, que nos invaden, de manera impertinente, imágenes instaladas en todas las pantallas, periódicos y revistas del mundo, unidas al discurso de las religiones, reponiendo constantemente su poder. Despliegue de torres gigantes, enormes iglesias, despliegue de brillos, de altura, de ingenería; todo usado en un desborde desmedido y siempre significado con un cuerpo sexuado actuante de macho, marcando su poderío de autoridad “legítima” a través de una historia manipulada. Gran cantidad de cardenales -todos hombres- rodeados de más hombres en sotana, llenos de colores cardenales: rojos, lilas, púrpuras, representando y reproduciendo el desequilibrio patente de nuestra cultura.
Durante el proceso de enfermedad, agonía y muerte de Juan Pablo II -exposición larga y pública- se ha reciclado el permanente recordatorio que hace la Iglesia de Jesucristo sacrificado, ahora para socializar al Papa como sobre-humano, reponiendo en su constante reciclar una civilización basada en lo masculino como dominante, cuya propuesta es la lucha y el dominio como valores, y el control de los cuerpos, especialmente, el de las mujeres. Todo este esencialismo funciona invisibilizando a las humanas que queremos cambiar el mundo para humanizarlo y proporcionarlo a lo solamente humano.
La propaganda eclesiástica lleva siglos de terreno abonado, ha sembrado con eficacia el miedo a la vida, a las mujeres y a la muerte, asignándose la capacidad de consuelo con promesas de inmortalidad, por supuesto unas más felices que otras. El fundamentalismo desea y construye los privilegios y a los pueblos elegidos y malditos.
Sabemos cómo se instala el deseo en la gente, cómo la publicidad instala el consumo, incluso de lo que no se necesita ni desea. La Iglesia es la experta, mucho antes que la Coca Cola. Instaló en las personas, el deseo del dolor, del sufrimiento y el sacrificio. A través del tiempo aprendió a construir sus mensajes, slogans e imágenes; los envasó en museos, bibliotecas, colegios y universidades, y armó su presencia urbana en esas grandes construcciones llamadas iglesias. Basta caminar un rato por el mundo para tropezar con iglesias, cruces y vírgenes (“¡tome Coca-Cola!”). El Papa murió recordándonos esto; él era esencialista, iluminado, fanático y poseedor de una verdad imponible. Gran negociador de los intereses y poderes de la Iglesia sin ninguna intención de transparencia, así da cuenta su historia y su socialización actual.