Por Freya Schneider
Desde mi singularidad, al pensar en mí o en mi círculo más cercano , que no es pequeño por lo demás, digo: Yo estoy encantada con ser lesbiana.
Es la realidad una construcción que día a día se arma y rearma de tal forma de hacernos sentir como parte de ella. El paradigma humanista de los que muchos (as) se jactan de ser parte, permite que en un contexto en donde la diversidad y el pluralismo son principios que dicen ser de importancia absoluta (no haremos acá un análisis sobre las oscuras relaciones que resultan de su ligue con “el llamado proceso de globalización) se transformen en la instancia ideal para socavar nuevamente y bajo nuestra desatenta mirada lo que realmente está en juego: dar cuenta e insistir en que el problema es de nosotras en la medida en que creemos, en que tenemos una posibilidad mejor que amar a quien deseamos amar, como si efectivamente el sistema tuviese razón.
Estamos de moda, muchos hechos han contribuido a ello, mas me parece increíble que en este contexto aún no nos desarraiguemos de este discursito de pobrecitas en donde somos las pobres niñas desechadas y maltratadas por el sistema (yo no pretendo ningún lugar en él, así como es, pero sé que tengo el derecho ganado de habitar un mundo construido a mi medida y a la medida de todos y de todas) y aquí pienso: ¿Habrá alguna de nosotras que no se sienta feliz con ser lesbiana?. ¿Habría alguna de nosotras que quisiera operarse para ser heterosexual, si de eso se tratase?. ¿Cuántas de nosotras reconocieron la “felicidad” cuando por fin pudieron aunque fuera ligar por una noche con otra mujer?. Supongo que muchas es la respuesta, mas ante la primera pregunta debo decir que debemos hacernos cargo. Si bien es cierto es difícil desandar el camino ideológico patriarcal, las que ya hemos entrado en un proceso más cuestionador, aunque suene majadero y puede serlo por lo demás (no soy lo más objetiva para hablar de mis procesos) qué haremos para que otras comiencen a cuestionar, a construir pensamiento desarraigado de la ideología mil veces nombrada?.
Desde mi singularidad, al pensar en mi o en mi círculo más cercano, que no es pequeño por lo demás, digo:
Yo estoy encantada con ser lesbiana.
Me gusta mi cuerpo, pero me gusta porque es capaz de sentir, porque es un instrumento lúdico, un instrumento de placer. No me gusta tan sólo porque tenga vagina y tetas o porque no tenga pene. Me gusta mi cuerpo cuando se relaciona con otros cuerpos en la forma en que le encante hacerlo, me gusta cuando ejerce libertad, promovida y fortalecida por mi convicción y certeza de que lo que espero es mucho mejor que lo que tengo y que eso no se refiere a que seré más feliz si es que dejo de ser lesbiana, por cierto, si no al camino de construcción política y social que el hecho de ser mujer lesbiana me provoca.
En este caminito, y disculpen la reiteración, de haber construido que somos pobrecitas, que ojalá que nuestros hijos o hijas no sean lesbianas1, ¿qué mierda estamos haciendo, sino más que validar las “posibilidades” que nos ofrece el heterocentrismo?.
La felicidad se relaciona con el tránsito hacia la libertad y en nosotras, esto se relaciona con naturalizar lo que siempre nos han dicho es antinatural, en evidenciar las pocas virtudes del modelo patriarcal lo que significa ir en contra de los mandatos, conocer esta realidad a través de la observación, reflexión y estudio, para anticiparnos, para iluminar a las que amamos desde todas las dimensiones en que la vida se estructura y conforma: político, social, económico…
Lo más importante es que debemos encantarnos con ser lo que somos, punto. Lo que debe transformarse en la palanca que nos proyecte hacia otras luchas, otras reflexiones, otras disputas, que vayan necesariamente a la transformación de un sistema que insisto, mil veces nos ha dejado de lado, pero esta transformación vendrá desde la construcción de un mundo en donde nuestros sufrimientos sistémicos no existan por lo que para terminar esta columna lo hago por donde la empecé: Debemos ser capaces de reconocer que efectivamente el problema no es de los otr@s sino nuestro en la medida en que no podemos seguir validando que lo correcto es sentir pena, es ser infeliz, que eso cabe desde el marco ideológico descrito y que es lo que busca por lo demás, y que no es el nuestro, al contrario.
Yo por lo menos:
¡Encantada volvería a ser lesbiana todas las veces que pudiera y en todas las vidas que existieran (si esto fuese así)!
Ahora la cosa no es tan sencilla. No se trata de ser feliz y ya!, menos de ser feliz en este mismo sistema, pues esos serán cambios aparentes que merecen ser tratados en otra columna 2.
Por Freya Schneider
(1) Lo he escuchado y leído en más de una ocasión y lamentablemente en el marco de declaraciones de algunas mujeres que mediáticamente se transforman en referentes políticos para muchas.
(2) Por el momento no está nada de mal que piensen cuáles pueden ser los cambios aparentes y cómo en sus círculos más íntimos podrían evitarlos.