Por Marcos Ruiz / El autor agradece la colaboración de Carlos Sánchez como coautor de esta presentación / 2002

Texto presentado en Seminario «Cuerpo y Sexualidad» en la mesa «Sexualidad en Chile» 2002

Quienes me antecedieron están dando cuenta de que conversar, de hablar, de reflexionar
sobre sexualidad resulta un problema. Resulta un problema mucho más grave desde otro
lugar, desde el lugar que está más profundamente invisibilizado, del que no tiene modelos.
Lo que contaba Pía Rajevic de la entrevista que el periodista que le hizo a Ricardo Lagos,
muestra que indudablemente aquí hay un doble discurso solapado, instalado, y él habla
desde un poder fáctico, desde el poder político y del poder heterosexista. Él es un poder
fáctico en sí. Entonces no es curioso escuchar esta respuesta de aquellos lugares que hoy
día nos convocan y que nos hace instalarlo también desde lo público. Pero también cuando
uno se instala desde lo público, cómo uno lo construye y es eso lo que hoy día quería
compartir, quizás no desde una mirada especializada, sino que también desde una mirada
que tiene que ver con la experiencia de la vida, de cómo uno se instala y de cómo uno se
construye. La ponencia se llama: “La identidad sexual y de género como fenómeno de
integración social y política”.


En los procesos individuales, las personas se ven orientadas a responder preguntas tan
básicas cómo: ¿quién soy?, o ¿qué soy?. Estas preguntas pueden ser explicadas a partir de
dos situaciones claras y concretas: el autoreconocimiento de la igualdad con los demás o la
exclusión con respecto de los demás. De acuerdo a ello, el proceso identitario resulta ser un
proceso de carácter comparativo. En general, no nos damos cuenta de estos procesos, los
que se caracterizan por ser cambiantes de acuerdo a los tiempos y a las circunstancias. No
somos como hace un tiempo atrás, hemos cambiado y la noción de cambio la adquirimos
mucho tiempo después. Ahora bien, antes de hablar de la identidad sexual propiamente tal,
partiremos hablando de las exclusiones que nos forjan la identidad que poseemos. Digamos
en todo caso que cada uno de nosotros tiene una identidad única, compuesta de múltiples
identidades de acuerdo a nuestra interacción con el medio en distintos planos. Es decir, nos
mostramos como somos dependiendo de las circunstancias y de las condiciones que el
medio establece. Por ello somos polimórficos, poliidentitarios y es muy difícil tener una
respuesta clara y categórica a la pregunta de “¿quien soy?”. Nuestra identidad como sujetos
o sujetas es la suma de múltiples identidades sementadas en lo sexual, lo genérico, lo
biológico, lo social, ideológico, político etc. Interactuamos con cada una de ellas, basados
en la necesidad de sobrevivir y tras la búsqueda de la felicidad. Por ello, una vez que
tomamos conciencia de quiénes somos, nuestra identidad, en cualquiera de los planos que
se quiera dar, nos hace sujetos estables emocionales psicológica y biológicamente, pero
particularmente nos otorga un proyecto de vida, una filosofía para vivir en armonía.


En nuestra cultura constatamos que los conflictos y problemas de identidad son
generalizados y por ello nos encontramos ante reiteradas situaciones de infelicidad, de
violencia y de exclusiones. Muchas veces hemos escuchado que nuestro país obedece a una
cultura sin identidad, sin proyecto propio. Esto quiere decir que existe una dimensión de nuestro proceso identitario que es inminentemente cultural, comparativo, asociativo, puesto que depende principalmente de la relación que establezcamos con el entorno.
Efectivamente, el desarrollo de la identidad de los sujetos es un proceso social y el llegar a
identificarnos de alguna manera tiene que ver con las condiciones que ofrece el entorno. Un
entorno excluyente evidentemente generará angustia en los sujetos que lo componen, abrirá espacios de competencia para la sobrevivencia y replicará el carácter excluyente de la
relación entre los sujetos.


Por lo tanto, también podemos concluir que la conciencia que se tenga con respecto del
carácter de la exclusión a la que nos vemos sometidos, será un insumo importante para
establecer una relación armónica con el entorno. Así, decimos que una persona homosexual
se identifica como tal cuando se recupera del impacto producido por el rechazo social y
asume que ser homosexual lo lleva a adoptar una posición política frente a una sociedad
que lo excluye y lo margina. De allí que una persona orientada sexualmente de manera
distinta que el resto de la sociedad pueda alcanzar una relación armónica con su entorno en
la medida que tome conciencia de la exclusión a la que se ve sometido y adopte una actitud
política por el cambio de dichas condiciones de exclusión. Lo mismo es aplicable a los
Mapuches, los obreros, las mujeres, jóvenes, ancianos, entre otros sectores que han debido
preguntarse ¿qué es ser Mapuches, obrero, mujer, joven, anciano?. Lo anterior lo
afirmamos sobre la base de las categorías que hacen parecer que las personas son estáticas
y no dan cuenta de los procesos que viven los individuos en nuestra sociedad. No es
adecuado ni aceptable pretender clasificar a las personas en entidades que niegan otras
dimensiones de su existencia. La homosexualidad es una forma en que las personas
expresan su sexualidad, pero que no la definen.

La Identificación como Respuesta a la Exclusión

La búsqueda de la identidad de los individuos en cierto sentido es una respuesta a la
exclusión. Una vez alcanzada, la actitud del sujeto es política frente a la sociedad. Podemos
decir entonces que los procesos identitarios responden, en este caso, a un acto comparativo
de las carencias o la negación del entorno. La exclusión es el resultado de una carencia
social. Así, los procesos de identificación sexual podemos definirlos como un acto de
comparación y aceptación consciente o inconsciente que hacemos y es el resultado de una
cadena de hechos y circunstancias creadas en la socialización y en la interacción de los
sujetos con el entorno y el medio ambiente. Posteriormente, la identidad sexual del
individuo, mientras se desarrolla y crece, estará en suspenso hasta el momento que no se dé
cuenta que es un sujeto diferente a otros. El macho no sabrá que lo es hasta que no sepa de
la existencia de la hembra, y este proceso de identificación sexual sin duda es intervenido
por las relaciones con otros y otras, es decir también está cruzado por cuestiones de orden
cultural. En términos puros, al margen de todo tipo de socialización, todos los machos
deberían tener la misma identidad sexual, sin embargo esto no es así. Culturalmente ser
macho implica, además, cumplir determinados roles y funciones, lo que podemos señalar es
la forma de identificarse genéticamente como hombres. En el caso de las hembras, el
proceso de socialización termina por identificarlas como mujeres. La identidad sexual,
entonces, considera una dimensión puramente biológica a la cual se suma un proceso de
socialización que completa este proceso de identificación de los machos y las hembras en hombres y mujeres respectivamente. Este proceso de socialización, que Maturana denomina lenguajear, es el que fijará o creará las circunstancias que de ello darán en un cambio cultural y genético hacía las futuras generaciones.


El no reconocimiento de estas circunstancias difícilmente otorgará al sujeto la noción de
tener un sentido de vida y dado que no cobrará identidad propia, no sabrá quién es y mucho
menos sabrá que es un sujeto cambiante. Aquí volvemos a echar una mirada a la exclusión
y a lo que la genera. Cuando los seres humanos nos damos cuenta quienes somos en un
instante y que somos sujetos cambiantes, hemos considerado las condiciones sociales y
culturales que nos llevan a definirnos de uno o de otro modo. Cuando esta definición es
producto de una reacción a un entorno agresivo y excluyente surge casi espontáneamente la
acción política como relación social para producir el cambio en el entorno y dar tiempo si
es necesario a procesos adaptativos del sujeto. La exclusión es el resultado de las sumas
sucesivas de acciones contestatarias frente al peligro de la muerte o del exterminio. Una
sociedad excluyente es una sociedad que niega la muerte como parte de la vida y la mayoría
de las veces está basada en el no reconocimiento de las condiciones sociales y culturales
que dan origen a ese temor. La exclusión de los homosexuales, por ejemplo, refleja el temor
de la sociedad a establecer una sociedad que niega la reproducción humana, bajo el
supuesto que los homosexuales sean personas que no pueden ni desean tener relaciones
sexuales con personas del otro sexo. Pero esto es más que un supuesto, dado que está
demostrado que la sexualidad y la orientación sexual de las personas no son estáticas y son
polimórficas, es decir, son una construcción cultural que sin duda se sostiene en la
estructura biológica en constante mutación y adaptación. De otra manera no podríamos
entender el por qué existen culturas en las cuales los roles de géneros y sexuales difieren a
lo establecido en nuestra cultura occidental.

La exclusión puede ser vista como un acto inconsciente derivado de la ignorancia y el no
reconocimiento de las circunstancias que lo rodean, pero se ha constituido en un objetivo
político consciente en la medida que se construye una teoría de la supervivencia humana a
partir de la negación de dicha circunstancia. Así podemos darnos cuenta de que el discurso
discriminatorio excluyente es un discurso que da cuenta de la noción lineal de la vida que
nos enajena y anula nuestras capacidades para tomar nuestras propias decisiones frente a un entorno agresivo, es decir nos hace sujetos dóciles y dirigibles por un sentido común
impuesto por el poder político. En los procesos de identidad sexual también llegamos a
sentir que ser macho es mucho más valorado que ser hembra. Y esto no tiene nada que ver
con el reconocimiento de las diferencias de las potencialidades que nos otorga nuestra
estructura física o biológica, sino que tiene que ver con la construcción cultural que
hacemos a partir de la constatación de dicha diferencia. En nuestra cultura es más valorado
ser hombre que ser mujer, claro porque ser el macho no nos brinda estatus de superioridad
por sí mismo, pero culturalmente ser hombre es estar mejor dotado que ser mujeres. El
rechazo a los travestís, por ejemplo, es constatación de ello. Ellas no son machos de la
especie, pero son mujeres desde el punto de vista de la construcción de su identidad de
género, son menos valoradas en consecuencia están por debajo de otras categorías. Pero
ellas han llegado a identificarse genéricamente como mujeres luego de un proceso de
acción y reacción a un medio excluyente que no abre espacio a una forma de ser y sentir
que ha sido resultado de procesos culturales y biológicos de los cuales ellas por sí mismas
no son ni podrían ser responsables.

Me atrevería a señalar que todo proceso de identificación de los individuos se corresponde
con los procesos de identificación de los sujetos sociales. Estas dos dimensiones están
relacionadas. Un individuo no se identifica plenamente en su existencia si no hace partícipe
consciente que su identidad nace de la diferenciación excluyente en una cultura patriarcal,
es decir, un sujeto que no logra dar cuenta de su existencia como proceso en construcción,
en una interrelación permanente con su entorno, que lo hace mutable y adaptativo, es un
sujeto que incide únicamente como reproductor y legitimador de la exclusión. Mientras el
sujeto es consciente de esta realidad, se hace partícipe de los grupos sociales que buscan el
cambio de esta relación con el entorno, intentan modificar el origen de la exclusión a que
nos vemos sometidos, naturalmente esta cuestión se traduce en acción política.
Pero he aquí un asunto importante de destacar, el individuo que se ve compelido a actuar
políticamente no sólo es el que se ve en situación de excluido, sino además lo hace aquel
que siente el peligro de inestabilidad del sistema de poderes que se ha construido en nuestra sociedad. La dificultad que mue stra este hecho es que la salida política en estas
circunstancias, bajo los patrones culturales que nos dominan, hace que la acción política
nos tiene que llevar necesariamente a la confrontación de los sujetos sociales.


Mi teoría es que ello nos obliga a encontrar, como sujetos sociales excluidos, nuevas
formas de socialización que implican necesariamente la situación de los códigos del
lenguaje, una tarea contracultural que implica un desafío enorme y que requiere el
desarrollo de esfuerzos que incorporan a la política nuevas teorías sobre género y lenguaje,
que entrega suficientes elementos para iniciar la tarea de modificar nuestra cultura
patriarcal en un sistema que nos lleva a reconocer en la otredad la misma dignidad que
intentamos reivindicar a cada una de nosotras y nosotros.